Casi podías verla desaparecer, desvanecerse como el aliento, como un leve suspiro, como el vaho que sale de tu boca en esta tarde de invierno, sabes que ha estado ahí, que ha sido tu necesidad de vivir, pero era natural expulsarla, verla colorear de blanco el aire y desaparecer. Porque ya es de noche y sigue haciendo frío, pero ahora estamos en casa, a cubierto, y nuestro aliento se hace imperceptible y ni siquiera recordamos que estamos respirando, es automático, inhalar, expirar, pero a ella si la vimos, condensación suspendida en el aire, la vimos alejarse y nos entretuvimos con sus andares felinos, giro la esquina con la naturalidad que tienen la vida al seguir su curso y desapareció. Tápate la boca y deja de respirar porque no quiero desvanecerme, porque quiero ir en contra de lo que te dicta la salud, quiero respirar una vez y no volver a dejar que se escape.
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martes, 1 de noviembre de 2011
La barbilla en alto, la mirada directa, nunca me pareció tan valiente como entonces. Descubrí que me había enamorado de ella, no en ese momento, si no desde el principio, de antes, de poco a poco.
Las lágrimas le rodaban por las mejillas pero no sollozo ni aparto la vista, fiera y orgullosa hasta el final.
- Lo siento.- le dije, alcé una mano para acariciarle la mejilla y borrar sus lágrimas pero me dio un manotazo.
- No me toques. Tú me has hecho llorar, no te mereces consolarme.- me aseguró con la voz quebrada y se enjuagó ella misma el llanto con el dorso de la muñeca.- Que te den.- me dijo como punto final, se dio media vuelta bruscamente y echo a andar, alejándose de mí, las lágrimas rociando el aire según se marchaba.
Maldita sea si no la quise entonces.
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